Los caballos árabes son una de las razas equinas más antiguas y prestigiosas del mundo. Estos caballos son apreciados en todo el mundo por su hermoso aspecto, su carácter y su capacidad de resistencia.
Tienen una historia rica y una serie de características físicas, de carácter y de comportamiento notables que los distinguen.
Los caballos árabes tienen una historia que se remonta a más de 2,000 años atrás. Se cree que los primeros antepasados de los caballos árabes salvajes vivían en la península arábiga, una región desértica con condiciones extremas.
Es más, se dice que existen restos arqueológicos de hace más de 4.000 años por lo que estamos ante una raza pura a la vez que antigua.
Estos caballos habitaban en los pueblos de la península árabe, fueron concretamente Los Beduinos los que se encargaron de su crianza, utilizando unas técnicas de selección que actualmente se siguen utilizando, convirtiéndose en criadores expertos de caballos árabes.
La supervivencia en el desierto dependía en gran medida de la calidad y el rendimiento de sus caballos.
La finalidad de estos grupos nómadas era conseguir un caballo que reuniese la resistencia y velocidad necesaria para asegurar a su jinete el triunfo en las batallas y largos desplazamientos.
A medida que los beduinos viajaban y comerciaban con otras culturas, los caballos árabes se exportaban a diferentes regiones del mundo, dejando una huella indeleble en la crianza de razas equinas en Asia, África y Europa.
Así fue como se convirtieron en un pura sangre de gran calidad, convertido al caballo árabe como origen de los caballos ligeros del mundo.
Además, a partir del siglo VII, se establecieron registros de orígenes para los caballos árabes, con el propósito de documentar la pureza de la raza.
Fue a partir del siglo VIII cuando estos caballos ingresan en Europa, durante la invasión a España por parte de los musulmanes. A partir de allí comienzan a utilizar al caballo árabe como “mejorador” de las razas autóctonas existentes en cada país.
El caballo de pura raza árabe es conocido por sus características morfológicas distintivas que lo hacen reconocible al instante. Es de tipo mesomorfo, es decir su constitución física es a la vez ligera y resistente.
La cabeza del caballo árabe es pequeña y refinada, con un perfil recto o ligeramente cóncavo. Tiene ojos grandes y expresivos, que le dan una mirada alerta y amable. Las orejas son pequeñas, puntiagudas y móviles, y se mantienen erguidas en una actitud alerta.
La nariz es fina y las ventanas nasales son grandes, lo que facilita una mayor capacidad respiratoria.
El cuello es largo, arqueado y musculoso, con una línea superior bien definida. El cuello se une a la cabeza de forma elegante y proporcionada. La cruz es prominente.
El cuerpo es compacto y musculoso, con una línea superior recta y una espalda corta. El dorso es fuerte y flexible, a la vez que corto ya que posee 17 vértebras torácicas y 5 lumbares, 1 vértebra menos que otras razas en ambas (torácica y lumbar).
Esta estructura tan particular es la base de su gran resistencia, que le permite portar cargas más pesadas.
La grupa es recta y la cola es alta y poblada. El pecho es musculado y se funde con un tórax amplio. La espalda es larga e inclinada. Sus extremidades son delgadas pero musculosas, con sus tendones bien definidos. Sus pezuñas suelen ser duras y resistentes.
Los caballos árabes suelen ser de estatura moderada, con una altura promedio de entre 1,45 (siendo ponis en ese caso) y 1,55 metros. El peso suele oscilar entre 350 y 550 kilogramos, dependiendo de la altura y la constitución del caballo.
El caballo árabe es muy noble y poco exigente. Está dentro del grupo de caballos de sangre caliente. Su temperamento es inquieto y vivaz. Suelen ser inteligentes, sensibles y alerta. Son conocidos por su lealtad y vínculo cercano con sus jinetes.